Frane Selak, un croata de 92 años, puede ser considerado el hombre más afortunado de la historia. A lo largo de su vida, le ha esquivado a la muerte en siete ocasiones distintas y, como si eso no fuera suficiente, también ganó la lotería. Pero lo más curioso es que el dinero no parece haber sido el foco de su felicidad. Aquí te contamos su increíble historia.
La muerte de cerca
Selak, quien se desempeñó como profesor de música hasta jubilarse, ha estado peligrosamente cerca de la muerte en múltiples ocasiones. Desde sobrevivir a un descarrilamiento de tren en un río congelado en 1962, hasta caerse de un avión y aterrizar en un tejado de paja en 1963. Pero eso no fue todo: también sobrevivió a un accidente de bus, dos incendios en su automóvil, ser atropellado por un autobús, y casi caer a un abismo de 100 metros en su pequeño auto Skoda.Para Selak, estos episodios no lo hicieron sentir afortunado en un primer momento, sino más bien desafortunado por encontrarse en esas situaciones. Pero, finalmente, reconoció su suerte al sobrevivir a todos estos encuentros con la muerte.
Afortunado en la vida, en el juego y en el amor
En 2003, a sus 74 años, la suerte de Selak tomó un giro sorprendente cuando ganó la lotería, llevándose cerca de 800 mil euros. Compró una mansión en una isla, autos deportivos y una lancha, pero algo sorprendente ocurrió: Selak decidió que el dinero no compraba la felicidad.Vendió todos sus lujos en 2010 y repartió la fortuna entre sus familiares. Volvió a su hogar normal en Petrinja, Croacia, y se casó por quinta vez. Para él, su felicidad estaba al lado de su esposa, Katarina. “Lo que necesito a esta edad es a mi Katarina. El dinero no puede cambiar nada”, afirmó.
La vida de Frane Selak es una lección asombrosa sobre la resiliencia, la suerte y lo que realmente importa en la vida. A pesar de enfrentarse a la muerte en numerosas ocasiones y ganar una fortuna en la lotería, encontró su felicidad en las cosas simples de la vida. Su historia es un recordatorio conmovedor de que la verdadera fortuna no siempre se mide en riquezas materiales, sino en las relaciones y en la capacidad de apreciar cada momento que la vida nos ofrece.