Por la mañana

Andrés conducía por una calle sin el tráfico habitual, apenas el reloj marcaba las 5 de la mañana y los primeros conductores de la jornada le salían al paso. En el asiento del copiloto, reposaba un ramo de flores; ya tenía un rato, manejando hacia su destino.

Andrés Valverde, era un hombre entrado en sus 50 años; y por su forma de vestir tan formal, cualquiera llegaría a la conclusión que tenía un alto cargo, en la gerencia de una empresa y si llegaban a esa conclusión, no se equivocarían en su elucubración.

Se podría decir que este señor tenía la vida resuelta, 30 años trabajando en el mismo lugar y por lo mismo su vida era una cadena de costumbres y rutinas. Nunca cruzaba en otras calles; escuchaba siempre la misma música; se cortaba el pelo en el mismo lugar desde hace 20 años. Todo estaba en orden, hasta que llegó el amor de su vida.

Su playlist hizo un silencio, era lo habitual antes de ingresar la siguiente canción. Ya Andrés sabía lo que venía, nunca había puesto una canción extra en esa lista de canciones, desde que la creó, jamás puso la opción de reproducción aleatoria. Los primeros acordes de «Caballo Viejo» sonaron y de nuevo miró al asiento del copiloto con melancolía.

Mientras escuchaba la canción, pensó lo siguiente «te dije para siempre y al final me quede en nada. Cómo me hubiera gustado mucho antes o quizás más adelante, justo en el momento en que estuviera preparado para ti». Sus pensamientos se fueron perdiendo en un recuerdo; mientras hacía una mirada furtiva al ramo de rosas.

Recordó un momento de su pasado, se vio estacionado esperando alguien; la puerta del copiloto se abrió de par en par, de inmediato ingresó una joven, que tenía al menos, 30 años menos que él. Detalló su hermoso cabello castaño, recién retocado en la peluquería. Se detuvo en sus enormes lentes que ocultaban unos ojos hermosos, que eran tornasoles y que a ciencia exacta nunca supo definir que color eran; en ese momento se antojaban verdes con la tonalidad de una aceituna.

Esta joven lo abrazo efusivamente y le preguntó en un tono de voz muy alto, casi llegando a los gritos «¿Cómo está el viejo que más amo en la vida?. Andrés la miró algo incómodo, mientras ella se percataba que sonaba «Caballo Viejo». Cómo un vendaval agarró el teléfono de Andrés mientras decía «Hasta cuando, esa música de gente mayor, vamos a poner algo más juvenil» y como acto seguido sonó «Tití me preguntó» de Bad Bunny y la muchacha comenzó a cantar a todo pulmón.

Andrés se molestó y recuperó su teléfono de un jalón; quitó la canción de un golpe y la chica lejos de quedarse en shock, lanzó una carcajada y dijo «Vaya, señor Andrés, que carácter el suyo. Oye muchacho del diablo, azaroso, suelta ese mal vivir que tú tienes en la calle, búscate una mujer seria pa ti». Estas últimas palabras lo hizo imitando algunas partes de la referida canción de Bad Bunny.

Andrés, respondió con gesto severo «hay que ver que la juventud es atrevida, como vas a quitar al maestro Simón Díaz, para poner a un cantante que ni se le entiende». Ella sin perder la sonrisa, le respondió «Deja la rabia viejito lindo, todos los artistas tienen un momento Bad Bunny en su vida».

Andrés apretó el volante con una fuerza inusitada y a pesar de que aún estaba estacionado, parecía que se aferraba a un mando de un vehículo de fórmula 1 y alcanzó a exclamar «entonces, estás diciendo que Simón Díaz, tiene canciones superficiales y donde no se le entiende ni un zipote». Ella amplió aún más la sonrisa y le contestó «Elemental, mi querido Watson, me permites tu teléfono y te lo demuestro». Andrés de mala gana le pasó su teléfono y ella comenzó a buscar en la discografía, hasta que se consiguió la canción «Cobardía» y la puso; Andrés se le empezó a desencajar su rostro al darse cuenta que estaba equivocado mientras escuchaba esa pieza.

Andrés puso su gesto más serio aún y le dijo «Vamos tarde, es hora de irnos y si quieres pon al conejo malo ese». La joven, se le quedó mirando con ternura y le dijo «tu no cambias ni un poquito, mi viejo». El conductor, respiró hondo y siguió adelanté en su camino, mientras veía a la chica, cantar y bailar en el asiento vecino sus canciones favoritas.

Regresó del recuerdo; la luz pasó a verde y tuvo que iniciar su camino; las flores seguían en el puesto del copiloto y la mañana estaba comenzando a salir en el horizonte y suspiró «Mi carajita, como quisiera que volvieras, te extraño, ahora comprendo las maravillas que le dabas a mi vida»

Decidió interrumpir a Simón Díaz y por primera vez en su vida, agregar una canción a su playlist, puso la rola que cantaba su amada en el recuerdo y le subió el volumen, mientras una lágrima corría por su rostro y se la secó con la manga de la camisa, casi inmediatamente.

Siguió recordando y a su mente vinieron varias cosas cómo la vez que ella le regaló un Uggly Sweater de Darth Vader y le obligó a quitarse el traje para ponerse una pijama y esa abominación de prenda de vestir.

Siguió en el camino de sus memorias y se vio a si mismo super amargado, en medio de un concierto de Greeicy y Mike Bahía; mientras que su compañera de evento, cantaba y bailaba sin parar. Muchas de esas veces lo miraba a los ojos y le decía con señas que se soltará.

También vino a su mente la última vez que la vio. Ella estaba en la sala de la casa, era un 29 de diciembre y por la misma razón todo estaba repleto de adornos navideños; evidentemente todos y cada uno de ellos, fueron elegidos por ella, porque le parecía inadmisible no celebrar esas fiestas de fin de año, que Andrés no lo hacía, antes de ella.

Estaba en la puerta ya con su maleta y lo miraba miraba firmemente y le dijo «Viejo, déjate de durezas, esta bien llorar, no te aguantes. Tu sabías que esto terminaría pronto». Andrés fue incapaz de pronunciar una sóla palabra y ella le brincó encima y le dio un abrazo y le dijo «Yo también te amo, mi viejo». De inmediato salió por la puerta y se montó en su carro. Mientras él estaba congelado con un millón de cosas que decir, entre ellas que se quedará con él para siempre, pero no dijo nada» y ella se fue.

Respiró profundo, ya se había alejado de ese recuerdo tan doloroso, procedió a estacionarse, agarró el ramo de rosas y caminó por un camino rodeado de verdor, hasta que llegó a su destino, a la lápida de un cementerio que decía «Andrea Valverde, querida hija, gran amiga y ahora en el último tour del mundo, del mundo del más allá».

Andrés colocó las flores en los espacios de la tumba, sonrío un poco al ver la inscripción de la placa del lugar. Ella misma en algún momento le hizo prometer que debía decir eso, si ella se moría primero y aceptó porque pensó que eso no pasaría.

Andrea había muerto en un accidente de tránsito hace un año, instantes después de salir de su casa; estaba de vacaciones con su padre e iría al aeropuerto para viajar y pasar el 31 con su mama. Ella tomó su carro alquilado para las fechas y se fue, no quería ver a su papá sufrir por su partida y por eso le pidió que no la acompañará. Igual ella no le gustaban las escenas en las terminales aereas.

Desde ese entonces visitaba su tumba todos los días. Andrés tocó el borde superior de la lápida y dijo «Andrea, que buena vaina», trató de mantener la compostura y no llorar, pero fue imposible, en segundos comenzó a soltar lágrimas «Tuve, que haberte querido de una, tuve que abandonar todas mis rutinas, para dedicarme a ser tu padre; pero yo me empeñé en no ver que esas pequeñas cosas». Se secó las lágrimas y se levantó.

Comenzó a caminar hacia la salida del cementerio y en eso volteó a ver el lugar donde había puesto las flores y dijo «Tu abuela tenía mucha razón, cuando en el velorio de mi hermano, me dijo que los padres, no deberían enterrar a sus hijos». Regresó a la vereda, era un martes y el miércoles, la vería de nuevo… por la mañana.

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